Reflexiones para tí.

Rescatando al soldado…

« ¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a rescatar a su pueblo!» (Lucas 1: 68).

Rescatando al soldado Ryan es una de las películas más impactantes que he visto. El filme gira en torno al rescate de James Francis Ryan, que junto con sus tres hermanos se alistó para ir a los campos de batalla durante la segunda Guerra Mundial. Cuando el general George Marshall se entero de que tres de los cuatro hermanos Ryan habían muerto ya en el frente de batalla, tomó las medidas de lugar para que un escuadrón de élite de seis soldados, bajo las órdenes del capitán John Miller, saliera a rescatar a James, el único sobreviviente de los cuatro hermanos. Solo había un pequeño problema. James había desaparecido en combate en un lugar de Normandía, Francia, y nadie sabía dónde se hallaba.

¿Por qué arriesgar la vida de seis hombres para salvar a una persona? Porque la condición de Ryan, como el único hijo que le quedaba vivo a su madre viuda, lo hacía un personaje muy especial. Miller inicio su tarea y salió a buscar a joven en medio de feroces combates. El rescate demandó mucho sacrificio, tiempo, recursos y valor.

¡Todo por salvar a un hombre que ni siquiera conocían! En un momento determinado, Miller le dijo al resto del equipo: «Yo espero que ese Ryan haga algo que merezca la pena». Todos los miembros del equipo de rescate, incluyendo a Miller, perdieron la vida; pero al final lograron rescatar al soldado Ryan.

¿Sabías que, como el soldado Ryan, tú eres un personaje muy especial? Por eso, cuando caíste en las manos del enemigo, Dios movilizó todo el cielo para rescatarte. Finalmente, el Hijo de Dios en persona, Jesús descendió a este horrible campo de batalla y pagó el precio de tu rescate muriendo en la cruz.

¿Acaso no espera Jesús, como el capitán Miller, que hagamos algo valioso con la vida que hemos recibido por su muerte? «Él se entregó a la muerte por nosotros, para rescatarnos de toda maldad y limpiarnos completamente, haciendo de nosotros el pueblo de su propiedad, empeñados en hacer el bien» (Tito 2: 14).

Ahora que hemos sido rescatados, el Señor anhela que nos empeñemos en algo que valga la pena: hacer el bien






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