Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. 1 Pedro 4:10.

Uno de los aspectos más importantes de lo que significa ser un discípulo de Cristo es la conciencia de que nuestra vida no nos pertenece, sino que es un don que Dios nos dio para que lo administremos correctamente, en favor de nosotros y en favor de los demás, y para cumplir los grandes y redentores propósitos de Dios:

“Reconoced que Jehová es Dios; él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado” (Sal. 100:3).

“Por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:15).

Este sentido de pertenencia a Dios, de ser recipientes de las innumerables bendiciones de Dios y de variados dones que nos enriquecen como personas, y que pueden enriquecer a otros, le otorga a nuestra existencia un sentido de valor y de propósito que nos llena de significado y de una fuerte razón para vivir.

Esto significa que debemos, con gratitud, alegría y responsabilidad, reconocer, cultivar, cuidar y utilizar los dones de su gracia.

Estos dones y talentos pueden incluir tanto nuestra fuerza física, nuestra personalidad, nuestros dones artísticos o intelectuales, nuestro tiempo, como también nuestros bienes materiales.

Los dones y los talentos no nos son dados meramente para nuestro propio beneficio personal, sino que, como dice Pedro, debemos ministrarlos “a otros”. Están para beneficiar a los que nos rodean, y cumplir la misión cristiana de salvación y ayuda a la humanidad doliente.

Entrega tu vida toda en manos de Dios, administra sus bienes espirituales y materiales fielmente, ponlos a trabajar en su servicio, y sentirás la gran satisfacción de saberte y sentirte colaborador de Dios en el gran plan de redención. Y al final de la historia, cuando Jesús regrese a buscarnos, escucharás sus benditas palabras: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mat. 25:23); el gozo de ver almas redimidas para su Reino y de haber contribuido a aliviar el dolor humano.

 

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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