El cuerpo humano sirve como la perfecta metáfora del pueblo de Dios en la Tierra. Está compuesto por muchas partes que son muy diferentes entre sí, pero como resultado del Espíritu Santo en nosotros, se produce una armonía de voces y la unidad en la misión.

La iglesia es un cuerpo constituido por muchos miembros que poceden de toda nación, raza, lengua y pueblo. En Cristo somos una nueva creación; las diferencias de raza, cultura, educación y nacionalidad, entre encumbrados y humildes, ricos y pobres, hombres y mujeres, no deben causar divisiones entrc nosotros. Todas somos iguales en Cristo, quien por un mismo Espíritu nos ha unido en comunión con él y los unos con los otros. Debemos servir y ser servidos sin parcialidad ni reservas. Por medio de la revelación de Jesucristo en las Escrituras participamos de la misma fe y la misma esperanza, y salimos para dar a todos el mismo testimonio. Esta unidad tiene sus orígenes en la unicidad del Dios triuno, que nos ha adoptado como sus hijos 
(Romanos 12:4-5; 1 Corintios 12:12-14; Mateo 28:19-20; Salmos 133:1: 2 Corintios 5:16-17; Hechos 17:26-27; Gálatas 3:27, 29; Colosenses 3:10-15; Efesios 4:14-16; 4:1-6; Juan 17:20-23).






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Las creencias adventistas tienen el propósito de impregnar toda la vida. Surgen a partir de escrituras que presentan un retrato convincente de Dios, y nos invitan a explorar, experimentar y conocer a Aquel que desea restaurarnos a la plenitud.

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