Reflexiones para tí.

Atalía

Cuando Atalía, madre de Ocozías, vio que su hijo había muerto, tomó medidas para eliminar a toda la familia real. 2 Reyes 11:1.

Si Jezabel es una de las peores mujeres que aparecen en el relato bíblico, Atalía es peor. Por querer el trono, ante la muerte de su hijo Ocozías ella manda matar a toda su familia. ¡Y todo por tener el poder! La locura del pecado no tiene límites.

Atalía no mató con sus manos a sus familiares, lo hizo a través de otro. Eso nos lleva a pensar en la obediencia ciega que a veces ofrecemos a líderes que no la merecen, y en que, por más que sea difícil de entender, mucho menos de aceptar, hubo gente en el palacio real que apoyaba a esta mujer en el poder. De otra forma, nunca habría conseguido gobernar al pueblo durante seis años.

Muchas veces nosotros no realizamos el acto pecaminoso, pero lo apoyamos. No nos animamos a ejecutarlo (¿por miedo?), pero disfrutamos viendo al otro cometerlo. Compartimos espacio y tiempo con el pecado. Nos deleitamos escuchando, imaginando, soñando con el pecado. Obviamente, eso también es pecado. Cristo nos enseñó en el Sermón del Monte que somos tan culpables como aquel que lo ejecuta.

Cuando Joás es presentado como rey delante del pueblo, Atalía grita que fue traicionada. No podemos discutir que tiene razón; pero, tampoco podemos olvidar que ella era una asesina. ¡Esa reacción es tan humana! El error del otro es tratado con toda la severidad que nos parece que merece; nuestro error ni siquiera es mencionado. Jesús habló de la paja en el ojo de tu hermano, justamente revelando este tipo de actitud. Cualquier error que el otro cometa será peor que el mío (por lo menos, para mí) y será más digno de punición. Mi error (porque es mío) no es tan grave, ni tan indigno ni tan alevoso.

Atalía, la reina asesina, pasa por el relato bíblico dejando una mancha de sangre derramada, y una visión equivocada sobre lo correcto y lo equivocado ante los ojos de los hombres y de Dios. Y tú, ¿qué dejarás como legado de tu vida? Podrías comenzar hoy reconociendo –delante de Dios y de aquel que ofendiste– que tu pecado es tan terrible como aquel error que te ofendió.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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